Queridos Amigos: “Id y haced discípulos (…), y sabed que yo estoy con vosotros (…)”, con estas frases concluía el mensaje del Evangelio de san Mateo, en la Solemnidad de la Ascensión.
Jesucristo nos deja una misión y una promesa:
-una misión para cada uno de nosotros. Ahí comienza nuestra tarea, con nuestras obras, palabras, oración, entrega, en definitiva con nuestra vida.
Es urgente, para nuestro bien y del mundo, que anunciemos su Palabra, que comuniquemos la Buena Noticia, mensaje de vida, de esperanza, de amor, de compresión, de fidelidad, de entrega, de verdad.
Jesucristo nos ha ido mostrando el camino para que vayamos al Padre, sólo tenemos que poner nuestros pies en sus huellas y no salirnos del camino de la entrega. Se nos ha dado una senda por la que caminar y la fuerza necesaria para hacerlo.
-Esa fuerza la encontramos en la Promesa: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días”, en la Eucaristía, en la escucha y estudio de la Palabra, en el hermano necesitado, en la recepción y aceptación de los dones del Espíritu Santo. Ese Espíritu de Dios que se ha embarcado en nuestra historia, que es para cada uno de nosotros, maestro, abogado, defensor, revelador de la Palabra y del proyecto de Dios. Ese Espíritu que a través de de sus dones plenifica nuestra vida, si realmente le dejamos obrar en ella. ¡Seamos colaboradores del Espíritu!, dejémonos modelar por él, acojamos el proyecto amoroso de Dios.
Pidamos estos días con más insistencia al Espíritu de Dios que transforme nuestros corazones.
Con esta carta, ponemos fin a nuestro encuentro epistolar por este curso, pero no queremos dejar de comunicaros que el día quince de mayo, día mundial de oración por las vocaciones, tuvimos el gozo e acoger en nuestro monasterio a D. Atilano, nuestro nuevo Obispo y a un grupo numeroso de la Confer diocesana. Fue un encuentro fraterno entrañable. Primeramente, tuvimos un encuentro la comunidad con D. Atilano, seguidamente nos reunimos con el grupo de religiosos, en la capilla, ante el Santísimo Expuesto para rezar vísperas y después compartimos una meriendilla.
El compartir fue hermoso, desde los diferentes carismas, edades y realidades, pero con un mismo centro, Cristo. En ese intercambio de comunicaciones volvió a resonar en los corazones: ¡que merece la pena vivir desde Cristo!, que allí donde cada uno se encuentre tiene que “apostar” por Cristo y que si somos de Cristo, ¡que se nos note!
Y ya para terminar, queremos que nos acompañéis con vuestra oración durante estos meses, que como sabéis son para nosotros de mayor actividad, para que no perdamos de vista que nuestro servicio de acogida tiene que ser realizado desde la oración intensa, el silencio amoroso, la humildad y la entrega desde la caridad. Que es desde Cristo, en Cristo y por Cristo por quien hacemos todo esto.
Feliz verano y no olvidéis que sois mensajeros de la Buena Noticia siempre y en todo lugar. Vuestras hermanas de Buenafuente
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